XVIII

No ser el único en este mundo, que la vida continúe más allá de uno mismo, no puede ser sino motivo de satisfacción, una verdadera suerte. Aunque resulte difícil de comprender, un alma lo bastante oscura interpreta la mera existencia de los demás y, por extensión, de cualquier otra cosa diferente a ella, justo al revés, como una afrenta personal, una agresión a su naturaleza íntima. La existencia ajena se vive como un ataque, una muestra de soberbia, el suplantador que ocupa un sitio que debería ser sólo suyo. Esta extraña perversión de la simpatía connatural, se complace en el dolor y la muerte ajenos, encuentra satisfacción en que todos, quieran o no, vayan a morir. El dolor también se acepta como moneda de cambio, pago de la afrenta. Es el placer propio de un espíritu vengativo, el pensamiento oscuro que le hace compañía por las noches, una sensación reconfortante, anestésica. Al menos no vivirán para siempre. Pagarán todo lo que deben, por todo lo que han hecho.