XIX

Una mañana fría en una estación de autobuses. Pocos viajeros. Un hombre sentado en un banco de hierro, corpulento, un poco inclinado hacia delante. Lleva una cazadora negra desgastada, pantalones azules, zapatillas de deporte. Pelo desarreglado, medio calvo. Indiferente a lo que pasa a su alrededor, mira al vacío, inmóvil, como si no comprendiera nada. Sujeta entre las manos débilmente, a punto de caer, una mezcla de formularios, documentos de identidad y pasaportes. De cuando en cuando, baja la cabeza y mira las fotografías con una mezcla de estupefacción y asombro: no se reconoce. Vuelve a levantar la cabeza. No sabe quién es. No sabe qué hace ahí. Llega el autobús.