XX

Tráfico intenso. Una esquina cualquiera en una gran ciudad. Un cartel visible: "Tengo hambre". Sobre unos cartones, una mujer de mediana edad, envuelta en varias capas de ropa, extiende la mano, como si fuera un acto reflejo, condicionado, que en algún momento alguien le ha enseñado a la fuerza. A su lado, una pequeña perra y su cachorros reposan quietos; los sedantes son un recurso habitual para pedir en la calle. Los amos de este negocio de la miseria, último eslabón del mundo laboral, conocen bien que los animales son el punto débil de las almas caritativas. La mujer lleva tatuado el nombre de "Mikaela" en el antebrazo. Es el nombre que le ha puesto su propietario. Otros la llaman simplemente mendiga. Los campos de concentración no son cosa del pasado.