XXIV

La misma escena de semanas atrás. Sólo la suma de detalles inapreciables proporcionan una imagen que sobrepasa los tópicos de la mendicidad. El vaso de plástico con las monedas tintinea con el viento. En el cartón, doblado, se sigue leyendo "Tengo hambre". El aire lo desplaza levemente sobre las baldosas; se escucha el sonido del roce a intervalos. No está claro el sujeto de estas palabras. La mujer no está. La pequeña perra aparece sola, sin sus cachorros, fuera de su manta con dibujos de patas, tirada sobre el suelo. ¿Dónde se habrá ido? Mira a la nada, el pelo agitado, la última cosa que la mantenía unida a este mundo ha desaparecido, quizá para siempre; está más allá de toda esperanza y de todo consuelo, siente como su cuerpo se hunde en el asfalto, un mar espeso, negro, tumba en la ciudad. Tantea el mundo oscuro que la rodea como un ciego. No volverá. Los transeuntes pasan sin detenerse. Evitan mirar la mirada perdida. Creen que es un hecho excepcional, un accidente desafortunado que jamás les tocará vivir. Ya viven ASÍ; ya vivirán así. Nadie está en una situación mejor. (► Caput lupinum XX)